Un empresario asume el riesgo de reunir capital y personas, y cuya finalidad es alcanzar objetivos económicos. La empresa así creada será la entidad jurídica a la que se asignen estos objetivos.
Por regla general, una persona se define como empresario en cuanto tiene un proyecto que llevar a cabo. Ni que decir tiene que esta definición también se aplica a quienes poseen o dirigen un negocio establecido.
Más comúnmente, el gerente de una empresa del sector de la construcción y las obras públicas también se llama empresario.
Ser empresario, un estado de ánimo
Un empresario se distingue ya por una personalidad particular, porque invierte no solo financieramente, sino también material y personalmente en todos los eslabones de la cadena de su empresa.

Sin ser necesariamente un especialista técnico en la materia, su principal activo es una gran capacidad de gestión que le permite acompañar a su empresa hacia la consecución de sus objetivos.
La implicación personal de un empresario va más allá de los textos que rigen el derecho laboral; está ahí cuando se le necesita, cuando se le precisa.
Empezar su propio negocio
En los últimos años, la condición de autoempresario se ha hecho muy popular, para permitir a cada persona crear una empresa con un mínimo de gastos.

El autoempresario se beneficia de una serie de ventajas fiscales y de seguridad social calculadas en función del volumen de negocio. Gracias a sus condiciones simplificadas, el régimen de autoempresarios puede despegar y desarrollarse más fácilmente para luego convertirse en una empresa tradicional.
Dónde perfeccionar sus habilidades empresariales
La franquicia puede ser un buen trampolín para que un emprendedor realice su proyecto. Su voluntad y capacidad de gestión estarán acompañadas por profesionales de la venta. Sumado a las habilidades de gestión, una fuerte capacidad de negociación podría llevar al empresario a crear una Start Up.
El espíritu empresarial
Se define generalmente como un proceso iniciado por individuos (trabajadores por cuenta propia o por cuenta ajena) cuyo comportamiento innovador y/o la asunción de riesgos tienen como objetivo generar beneficios o alguna forma de recompensa, ya sea monetaria o no monetaria.
En muchos sentidos, el espíritu empresarial supera los límites de la esfera productiva y puede definir el comportamiento estratégico en la política, así como en la cooperación y las asociaciones.

Por su potencial de creación y desarrollo de empresas, el proceso empresarial ofrece considerables oportunidades de empleo y crecimiento que pueden cambiar las condiciones macroeconómicas de una economía.
En tiempos de recesión económica, una dinámica de innovación y creación de empresas es una señal importante para la recuperación de la actividad, ya que indica que los individuos vuelven a identificar oportunidades de beneficio.
Aunque el espíritu empresarial está ahora en el punto de mira, su papel en la teoría económica es a menudo poco comprendido. Sin pretender ser exhaustivo, el resto de este artículo esboza las principales teorías del empresario como agente económico.
1. Nacimiento conceptual en el siglo XVIII
Históricamente, la figura del empresario está reservada a las ciencias económicas. La paternidad de este concepto se atribuye comúnmente a Richard Cantillon (1680-1734) quien, en su «Essai sur la nature du commerce en général» (1755) publicado post-mortem, define al empresario como un individuo que asume riesgos y que moviliza recursos en previsión de un futuro beneficio de su actividad.

La figura del empresario propuesta por Turgot (1727-1781) anuncia las premisas de la evolución del siglo XIX.
Aunque la prioridad de Turgot era identificar «el uso que se hace del capital» (Fontaine, 1992), distinguió tempranamente entre el empresario como agente que es remunerado por la gestión de la empresa y el capitalista que presta dinero y cuya remuneración proviene del interés, es decir, de la remuneración del capital.
La verdadera originalidad de su enfoque, sin embargo, reside en la identificación del empresario-capitalista como el agente cuyo conocimiento es más relevante (ibid. p. 523).
2. El empresario del siglo XIX
Las primeras reflexiones sobre la figura del empresario están marcadas por la relación con el mundo empresarial que mantienen sus herederos.
En primer lugar, se hace hincapié en la capacidad de buena gestión del empresario, que lo diferencia del capitalista. El empresario se convierte en el eje de todo sistema de producción y distribución, que se define como el agente con buen criterio.
El empresario es el agente que domina la visión de los negocios y el arte de la empresa, es decir, el arte de emplear el capital y el trabajo de la manera más útil posible. Así, la empresa se define como «toda aplicación de la actividad humana que consiste en combinar el uso de diversas fuerzas para alcanzar un objetivo determinado».
Si el arte de emprender tiene una dimensión innata, la adquisición de conocimientos específicos como los procesos de fabricación de productos, la identificación de los deseos de los consumidores o el conocimiento de los precios de coste, así como de los costes de producción, son elementos que el empresario debe dominar.
El uso del «buen juicio» requiere imaginar futuros posibles en una situación de incertidumbre y, en este sentido, ejercer la prudencia.
Así, al sentar las bases de la ciencia empresarial, ambos autores hacen hincapié en el liderazgo y el conocimiento de los procesos industriales que solo pueden adquirirse a través de la práctica.
El empresario ya no es solo el buen gestor de recursos, sino también un hombre prudente, capaz de imaginar el futuro sin remitirse al pasado en una situación de incertidumbre.
En estas circunstancias, el conocimiento no es el único determinante del éxito empresarial; hay que introducir la capacidad de tomar las decisiones correctas en condiciones de incertidumbre.
3. Incertidumbre, innovación, percepción: el empresario en el siglo XX.
A principios del siglo XX, una importante distinción, resultante de los trabajos de Frank Knight (1921) sobre los conceptos de riesgo e incertidumbre, tuvo un impacto significativo en la teoría del empresario.
Para Knight, el concepto de riesgo se refiere a una situación en la que la ocurrencia de un evento es probable, a diferencia del concepto de incertidumbre en el que la probabilidad de que el evento ocurra es desconocida.
Esta distinción fundamental lleva a pensar en la acción del empresario no en un universo de riesgo, sino en un mundo incierto. En un mundo incierto, ya no conviene referirse a la probabilidad de que se produzca un acontecimiento, sino imaginar el mundo de las posibilidades, aunque éste sea imprevisible.
En este contexto, Joseph Schumpeter definió al empresario como un innovador. Es un agente capaz de romper las rutinas y tradiciones de consumo, combinando los recursos de forma diferente, reorganizando la empresa o introduciendo nuevos insumos.
Schumpeter define así el proceso de «destrucción creativa», según el cual la realización de nuevas ideas, si tiene éxito, conduce al abandono de ciertas prácticas o consumos intermedios y de ciertos bienes en favor de otros nuevos.
A largo plazo, este proceso conduce a la dinámica de creación de riqueza y al desarrollo de las economías. A diferencia de otros agentes, el empresario muestra un comportamiento de liderazgo con previsiones y una imaginación visionaria, acompañado de un comportamiento innovador más que rutinario en respuesta a la incertidumbre.
El empresario se considera entonces una función inherente a la acción en un contexto en el que no están dados ni los fines ni los medios.
Así, Kirzner define al empresario como un agente con «alteridad», es decir, una agudeza particular para percibir las ganancias y la capacidad de aprovecharlas. En este sentido, tiene un ojo más rápido que la multitud.
El espíritu empresarial se convierte así en una postura particular, una actitud de vigilancia de las oportunidades de beneficio aún no percibidas. Por lo tanto, si es útil proponer métodos de maximización de beneficios, todavía es necesario identificarlos.
Posteriormente, han surgido muchas ramificaciones de estas grandes figuras del empresariado. Además, se ha identificado el papel decisivo del comportamiento empresarial en un gran número de situaciones ajenas al mercado, como la política, las asociaciones y la cooperación internacional.
Conclusión
Por sus competencias específicas, el empresario ocupa un lugar fundamental en el proceso de producción. Es diferente del capitalista cuyo capital hace crecer.
Ya en 2003, la Comisión Europea subrayó el reto de identificar los «factores determinantes para el establecimiento de un clima favorable para las empresas y los empresarios».
Las políticas públicas deberían centrarse en aumentar el número de empresarios en Europa adoptando las medidas más adecuadas para el desarrollo tanto del espíritu empresarial como de las nuevas empresas».
Desde 2014, la Unión Europea se ha embarcado en un importante programa de apoyo a la competitividad de las pequeñas y medianas empresas y tenía previsto invertir en él 2.500 millones de euros hasta 2021.
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